Ante la incertidumbre de lograr el ingreso a Estados Unidos, venezolanos como Nelson Araujo y su familia, buscan la forma de permanecer en el país. Foto: Noticias Columbia.
Araujo dijo que llegó a Costa Rica hace un mes junto a su esposa y tres hijos de 17, 14 y 12 años. Lo abordamos en la avenida central de San José la tarde de este miércoles.
Por ahora, la familia obtiene dinero vendiendo dulces o mediante las ayudas voluntarias de los transeúntes. Cuando logran una cantidad suficiente, pueden pagar un hospedaje, sin embargo, la mayor parte del tiempo duermen en la calle, a la intemperie.
“Pienso quedarme, la familia también quiere quedarse. Queremos buscar trabajo para poder estabilizarnos bien. No tenemos en cuenta seguir adelante porque no se puede pasar (a Estados Unidos)”, expresó.
Estados Unidos hizo cambios en la política para los venezolanos que buscan cumplir el llamado “sueño americano”. Ahora, ese país determinó que el ingreso debe hacerse legalmente por avión y que los migrantes requieren contar con alguien que les brinde apoyo financiero y de otro tipo. A esa figura se le conoce como patrocinador.
Araujo vivía con su familia en Trujillo, Venezuela. Se dedicaba a la construcción. “Trabajaba con acabados, pastas, gypsum y pintura. Salimos por la situación económica del país porque no hay futuro, no hay nada para los niños. Se perdió todo”, comentó.
Recientemente le hablaron de una posibilidad de trabajar con una constructora y podría empezar pronto. Eso le hace soñar con la idea de poder alquilar un sitio para vivir con sus seres queridos en Costa Rica.
Contó además que fue a la Dirección de Migración a hacer la solicitud de refugio y que le asignaron una cita para el 6 de febrero próximo.
El migrante explicó que en su país es muy difícil conseguir trabajo y que si se accede a uno, no es bien remunerado. “No alcanza la plata para nada allá”, resaltó.
A pesar de las adversidades, sostiene que en Costa Rica los han tratado bien. Atrás quedó el recuerdo del paso por la selva en el llamado tapón del Darién, entre Colombia y Panamá.
“Fue muy duro, sobre todo para los niños. Tardamos nueve días para cruzarla”, recordó,
