Los migrantes de Venezuela, como Roxana Montilla, buscan a diario su sustento en las vías públicas pero relatan la difícil circunstancia de no tener un lugar para pasar la noche o protegerse de las lluvias.
La joven, de 21 años, laboraba en un restaurante en su natal Estado de Zulia en Venezuela. La situación económica la obligó junto a su familia a buscar el llamado “sueño americano”, es decir, llegar a Estados Unidos en procura de un futuro mejor.
Dejó su patria junto a su pareja, dos hermanos, su cuñada y sus sobrinos de 4, 6 y 8 años. Atravesaron la peligrosa selva del Darién y desde hace un mes y una semana están en Costa Rica.
Sin embargo, con los cambios en las políticas de ingreso a ese país y la imposibilidad de entrar, descartaron la opción seguir su viaje. De momento, piensan quedarse aquí.
“Quisiéramos estabilizarnos acá, buscar un trabajo y quedarnos acá un tiempo a ver qué pasa, a ver si abren fronteras (en Estados Unidos) o seguimos”, expresó.
Mientras definen su futuro, el anhelo que tienen conseguir un sitio donde instalarse. La falta de dinero les impide por ahora pagar un hospedaje y hay refugios que ya están llenos.
“Desde que llegamos nos han ayudado mucho con la comida. En realidad, lo que más queremos es salir de las calles porque tenemos niños y ellos se han enfermado, hasta nosotros que estamos grandes nos hemos enfermado”, comentó Montilla.
“Ahorita está lloviendo demasiados días, noches, madrugadas, a toda hora. Nosotros dormimos en carpas, tenemos que ponerle plástico. Lo único que tenemos se nos mojó todo. Nos regalaron unos colchones pero también se mojaron. Los niños están durmiendo mal”, añadió.
Para asearse y acceder a servicios sanitarios, reciben la ayuda de una coterráneo que les permite ingresar a su casa. Ahí también cocinan pero no pueden quedarse a dormir.
Con esta posibilidad, cocinan arepas y salen a venderlas junto con popis o dulces. El plan es generar más recursos que les permitan alquilar algún hospedaje temporal.
